4.12.12

Xihualpa

La luz de los inviernos

era roja en la flor de Nochebuena,

ámbar dentro del jugo de las peras caídas,

blanquísima en las calles camino del mercado,

violeta en los crepúsculos de misa

y azul entre los cerros. 


El musgo en los abetos,

donde termina el sol petrificado

y sólo la humedad verdea en una piedra,

en las gotas que ruedan sobre su sed de lluvia,

narraba los festines de la vida,

creciendo entre la sombra. 


La casa siempre ahí

cansada del aroma de los higos

fecunda como bosque para las ciegas crías

de pájaros gitanos y gatos del infierno.

La casa de ladrillos asoleados

y arañas jardineras. 


A veces vuelan gritos

que la noche disuelve con alfombras.

Mi abuela cae en sueños que remueven el aire.

Las fechas ya no cambian en su memoria seca

y los ojos le brillan un instante

con fósforo cansado. 


Por las tardes espera

inmóvil en su silla las palabras

que cruzan como pájaros el bosque de los años.

Su alma en mangas de nube recorre otras veredas

envuelta en el olor de la naranja

y el té de manzanilla. 


Territorios de sombra

acampan en la piedra su pregunta,

buscan el sueño blanco y mudo de la cal

que cubre las paredes donde hoy fluyen las grietas.

Los árboles dan frutos todavía

al final del otoño.



Xihualpa
Jorge Fernández Granados