Tanto
el mundo como la realidad en que la que estamos sumergidos no son más que el
resultado del proceso de nombrar lo que nos rodea: a través del lenguaje
evocamos/describimos/definimos todo cuanto conocemos.
El proceso de nombrar constituye en sí la creación del mundo: el lenguaje como contenedor del universo. El lenguaje es la respuesta a nuestra necesidad por estructurar una experiencia, cualesquiera que esta sea (la percepción y definición de la relación tiempo –espacio por ejemplo) aunque ello implique, paradójicamente, fragmentar ese todo que nos envuelve, nos atraviesa y nos constituye. Somos pues lenguaje: estamos hechos a partir de las correspondencias entre el ser, la materia y el tiempo, y el acto de estructurar esos vínculos es el lenguaje.
Pero
esta cualidad, la de unir conceptos para dar origen a la creación, no es
exclusiva de la palabra, escrita o hablada. Y es que al decir lenguaje me
refiero no solo a un idioma, sino a los distintos mecanismos y sistemas
empleados para codificar y decodificar
información, sin importar cuán abstractos puedan resultar siempre y cuando se
establezcan los vínculos entre los significantes y el significado dando lugar a
un sentido que es además comunicable.
Pensar
a la imagen en movimiento como un lenguaje constituye una de las más ricas
tradiciones dentro del estudio del cine.
El
lenguaje audiovisual apropia diversos mecanismos identificados con sistemas de
expresión y de representación clásicos y pre-modernos, integrándolos a un
proceso composicional que busca interactuar/traslaparse/coincidir con las
estrategias perceptuales de quien observa. Sin lugar a duda, el proceso de
creación de significado implicado por la imagen en movimiento constituye un
activo espacio de encuentro donde se vinculan con extraordinaria sinergia el
mundo interno y el externo.
Retazos de la introducción al cuaderno de trabajo "Constelaciones del lenguaje" del programa Injerto Ambulante 2011, escrito por Eduardo Thomas