12.12.11
Jaula
A últimas fechas, la soledad me abraza. Me acuesto como un feto y me abraza y arrulla en las noches, haciéndome sentir más y más vacío, más lejano del allá. Mi ventana es sólo una parte más de mi alma, translúcida pero inquietantemente sólida.
Fui músico, tocaba en orquestas y en grandes teatros, lugares que reunían a la gente para unirla y dividirla. Un lugar en el que todos éramos uno. Tocábamos piezas majestuosas, grandilocuentes. Tocábamos para todos, para nosotros y para ellos. Pero eso fue en el pasado.
La llamada "segunda explosión del individuo" nos causó estragos. No, estragos no, nos desintegró. Por completo, en el vacío de la memoria. La música individualista, el arte individualista, el cine individualista, todo en pos del individuo moderno y creativo que se alimenta y vive sólo. Moderno, modernismo, modernidad, avance, futuro, individuo, personal. Palabras que se usaban todos los días. Todos.
No pude acoplarme nunca con ellos, no podía vivir en la soledad de mi ser. Los nuevos estilos de música decadente en que todos tocan lo que creen que es bueno me hartó. Me empecé a alejar de ellos que no ven más que a sí mismos. Y la encontré un día.
Era una famosa basquetbolista que se retiró forzadamente pues los deportes de equipo no eran ni remotamente atractivos. Todo en pos de la libertad. Y caminaba en el mismo edificio, sin darme cuenta, un día estaba hablando con ella.
Nos empezamos a reunir, a platicar y extrañar las actividades de grupo. Y me introdujo, me sedujo a un grupo que socializaba con actos que conllevaban el seguimiento de reglas para prácticas culturales, deportivas. El viejo tiempo revivido en secreto. En lo oculto de la sociedad independiente, en ese vacío que nosotros sentíamos.
Hasta que llegó el caos. Ocultar a 30 personas era fácil. Ocultar a 200, no tanto. Y nos encontraron, nos golpearon y nos llevaron a un viejo edificio color café y rojo. Me inyectaron, me manipularon, me implantaron algo.
Y ahora estoy frente a la ventana, llorando porque no puedo volver a esa vida en conjunto. De nada me sirve un clarinete que no puede tocar una pieza, pues no tiene compañía. No puedo invitar a nadie a cenar, a beber, pues no bebemos ni comemos lo mismo. No puedo convivir con nadie porque se me ha inculcado que nadie es como yo. Maldita sea, nadie es como yo. No quiero la puta soledad, no la quiero, no la quiero, por favor.
Volteo y veo mi televisor, que se ajusta a mis gustos, a mis deseos. No suena nunca música aquí, la música que yo adoro no es aceptable. No puedo hacer nada de lo anterior, estoy en una jaula de titanio y oro. Golpeo todo, lo golpeo, lo golpeo hasta sangrar. Mierda, esto tampoco es bueno, un doctorcito oriental dirá que una planta me puede sanar. No deseo su personalidad, no deseo ser un individuo. Deseo ser alguien más entre muchos alguien.
Observo la calle desde mi ventana. He derramado bastante sangre y todo es un caos. Como la última pieza que interpreté. La furia, la locura me llega, me llena. Y entonces lo veo: somos la misma masa, pero creemos que no lo somos. Ellos lo han creado. Los hombres de negro lo han creado, con sus trajes y sus ideales de individuos. Pero ellos nos gobiernan. Ellos dictaminan. Ellos. Ellos.
Un ruido en el pasillo, las mismas pisadas de aquél día. Un grito de ayuda. Silencio. Joder, son ellos. No, ellos no, es la policía. Me lavarán el cerebro, saben que lo he descubierto. Su personalización es un juego barato, en el fondo somos iguales a nuestros anteriores yos. Somos una masa con otra forma y otro color. El individuo lo han inventado ellos. Están forzando la puerta, saben que yo sé esto. No hay salida. La ventana. La ventana y la negrura. El vidrio se rompe y yo sangro. No importa. Una luz, una masa de seres estúpidos caminan abajo. Y la libertad.
Están aquí, no tengo más tiempo. No más, ¡NO MÁS! Y siento el vacío. El vacío de la libertad. Y la nueva seducción libertaria. Alguien grita. No hay más que...