Algunas fotos le duelen. Algunas personas que conoce –y luego retrata- le duelen. Por eso, en ocasiones, cuando Maya Goded queda frente a una de sus imágenes, siente una profunda tristeza.
- Ver mis fotos, para mí, puede llegar a ser una tortura. Y tener que enseñarlas públicamente, en un congreso por ejemplo, ha llegado a ser horrible. Me he deprimido. En esas fotos también está tu vida. En esas fotos también estás tú.

Maya toma fotos desde que supo que el lenguaje de la imagen era más posible para ella que el de las palabras. Desde entonces, ha hecho infinitos trabajos que pueden resumirse en un único relato: el de ella misma. El de Maya desdoblada y reflejada en las cientos de mujeres –porque sus historias son, principalmente, historias de mujeres- que se dejan capturar por un ojo lastimado y redentor.
Maya fotografió prostitutas, clientes, el barrio. Y lo hizo a través de un prisma que revestía las imágenes de iguales dosis de crudeza, respeto y dulzura. En muchas oportunidades, su primer acercamiento se hizo mediante un recurso valiente: Maya les pagaba a las mujeres para meterse en un hotel de paso. Ese dinero, lejos de poner distancia, operaba de un modo opuesto: la transacción ubicaba a Maya ya no en protagonista, pero sí en parte de la historia.
- Cuando hago mis fotos, siempre que se pueda me gusta pasar mucho tiempo platicando y conviviendo. Así tienes más idea de qué fotografiar, te quitas tus prejuicios y puedes salirte del cliché de la prostituta parada en la calle.